27 jun 2012

FRANCISCO ECHENIQUE ANCHORENA



Francisco Echenique nació en Elizondo en 1880 y falleció en su localidad natal en 1948. Fue músico, pintor y fotógrafo paisajista, de formación autodidacta, perteneciente a la escuela del Bidasoa.

Inicialmente se interesó por la fotografía pictorialista artística, disciplina con la que consiguió algunos premios. En 1907 alcanzó una Primera Medalla en el Certamen Científico, Literario y Artístico, convocado por el Ayuntamiento de Pamplona, y un año más tarde, una de bronce en el Certamen Internacional de Fotografía de Buenos Aires.

Más tarde, consciente de las limitaciones del medio fotográfico para desentrañar las impresiones de la naturaleza, se orientó hacia la pintura. Influyó también en su inclinación pictórica su oficio de caligrafista en el Ayuntamiento del Valle de Baztán. Nunca se dedicó a la pintura de manera profesional, sino que, entendió el arte como un entretenimiento para sus ratos de ocio. Fotografía y caligrafía subyacen, pues, en su obra bajo caracteres bien concretos: cuidado esmerado en la selección del tema, planificación de los espacios y captación de ambientes (con luz y aire) por un lado; detallismo en la pincelada y esmero en el dibujo por otro.

Su obra está muy ligada al paisaje y la naturaleza, dirigió su mirada al Valle de Baztán y en particular a su entorno más próximo: Garzaín, Lecároz, Elvetea y Elizondo. Respetó su carácter con verdadero escrúpulo. Es el suyo un paisaje montaraz, de pueblos campesinos, caseríos dispersos y caminos. Suave unas veces y otras bravío. Rocas y árboles se suceden a lo largo del río vivificador de la Cuenca del Bidasoa, cobijando en sus umbrías al jovenzuelo alegre y saltarín, rizado, efervescente, destelleante de luces. Con humildad inocente, que el propio campo reclama, pintó silenciosos paisajes, carentes de figura humana, pero en el mosaico de pueblecillos y bordas, por ello, aunque la figura humana raramente los acompaña, y menos la animal, no puede decirse que sean solitarios porque en ellos se presenta la huella del hombre.

Sus creaciones fueron evolucionando desde un estilo personal forjado en el realismo, con un gran dominio del dibujo, hacia unas obras en las que ya es patente una clara influencia del impresionismo. Fue entonces, entre 1920 y 1939, cuando tuvo la concepción naturalista más libre y una mayor respuesta por el color, los contrastes, la luz... elementos siempre al servicio de la naturaleza. No le fueron ajenos ni la luminosidad y limpio colorido de Sorolla, ni las pinturas de sus amigos guipuzcoanos Erenchun y Cabañas Oteiza.

Pocos casos se dan de fidelidad y amor a la propia naturaleza como éste de Echenique, humilde y noble servidor de sus convecinos, cuyo ejemplo arrastrará más tarde y junto con Ciga y Echandi, a artistas más jóvenes que tienen en común con sus antecesores el aprecio de un paisaje incontaminado: Apecechea y Marín en Elizondo, Montes Iribarren en Ciga y Urmeneta en Dancharinea.



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