Francisco Echenique nació en Elizondo en 1880 y falleció en su localidad natal en 1948. Fue músico, pintor y fotógrafo paisajista, de formación autodidacta, perteneciente a la escuela del Bidasoa.
Inicialmente se interesó
por la fotografía pictorialista artística, disciplina con la que
consiguió algunos premios. En 1907 alcanzó una Primera Medalla en
el Certamen Científico, Literario y Artístico, convocado por el
Ayuntamiento de Pamplona, y un año más tarde, una de bronce en el
Certamen Internacional de Fotografía de Buenos Aires.
Más tarde, consciente de
las limitaciones del medio fotográfico para desentrañar las
impresiones de la naturaleza, se orientó hacia la pintura. Influyó
también en su inclinación pictórica su oficio de caligrafista en
el Ayuntamiento del Valle de Baztán. Nunca se dedicó a la pintura
de manera profesional, sino que, entendió el arte como un
entretenimiento para sus ratos de ocio. Fotografía y caligrafía
subyacen, pues, en su obra bajo caracteres bien concretos: cuidado
esmerado en la selección del tema, planificación de los espacios y
captación de ambientes (con luz y aire) por un lado; detallismo en
la pincelada y esmero en el dibujo por otro.
Su obra está muy ligada
al paisaje y la naturaleza, dirigió su mirada al Valle de Baztán y
en particular a su entorno más próximo: Garzaín, Lecároz, Elvetea
y Elizondo. Respetó su carácter con verdadero escrúpulo. Es el
suyo un paisaje montaraz, de pueblos campesinos, caseríos dispersos
y caminos. Suave unas veces y otras bravío. Rocas y árboles se
suceden a lo largo del río vivificador de la Cuenca del Bidasoa,
cobijando en sus umbrías al jovenzuelo alegre y saltarín, rizado,
efervescente, destelleante de luces. Con humildad inocente, que el
propio campo reclama, pintó silenciosos paisajes, carentes de figura
humana, pero en el mosaico de pueblecillos y bordas, por ello, aunque
la figura humana raramente los acompaña, y menos la animal, no puede
decirse que sean solitarios porque en ellos se presenta la huella del
hombre.
Sus creaciones fueron
evolucionando desde un estilo personal forjado en el realismo, con un
gran dominio del dibujo, hacia unas obras en las que ya es patente
una clara influencia del impresionismo. Fue entonces, entre 1920 y
1939, cuando tuvo la concepción naturalista más libre y una mayor
respuesta por el color, los contrastes, la luz... elementos siempre
al servicio de la naturaleza. No le fueron ajenos ni la luminosidad y
limpio colorido de Sorolla, ni las pinturas de sus amigos
guipuzcoanos Erenchun y Cabañas Oteiza.
Pocos casos se dan de
fidelidad y amor a la propia naturaleza como éste de Echenique,
humilde y noble servidor de sus convecinos, cuyo ejemplo arrastrará
más tarde y junto con Ciga y Echandi, a artistas más jóvenes que
tienen en común con sus antecesores el aprecio de un paisaje
incontaminado: Apecechea y Marín en Elizondo, Montes Iribarren en
Ciga y Urmeneta en Dancharinea.
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