La
cuenca del Bidasoa abarca cuatro comarcas diferentes:
Baztán:
Valle
de Baztán: Almandoz, Aniz, Arizkun, Arraioz, Azpilikueta,
Berroeta, Ciga, Elizondo (capital), Elbetea. Erratzu, Garzain,
Irurita, Lekaroz, Amaiur y Oronoz Mugairi.
Urdax
Zugarramurdi
Alto
Bidasoa: Beinza-Labayen,
Bertiz-Arana (Legasa, Narbarte y Oieregi),
Donamaría, Elgorriaga, Erasun, Ezcurra, Ituren, Oiz, Saldías,
Santesteban, Sunbilla, Urroz de Santesteban y Zubieta.
Cinco
Villas: Aranaz,
Yanci, Lesaka, Etxalar y Bera de Bidasoa.
Bajo
Bidasoa: Irún
y Hondarribia.
Si
se exceptúan los terrenos de ribera de Irún y Fuenterrabia y los
valles de Bértiz Arana y de Baztán, el resto del área bidasotarra
se destaca por su carácter montañoso.
Desde
el mirador de Ciga se odrece al espectador una grandiosa vista
panóramica de la llamada cubeta del Baztan. Es fuerte el contraste
entre la suavidad de las formas topográficas de su fondo y los
enérgicos perfiles de la periferia.
La
cubeta de Baztán es un sinclinal de gran radio de curvatura sobre el
que se han depositado diversos materiales del triásico, calizas,
arcillas, margas y sobre todo ofitas, que intensamente alteradas y
transformadas en una masa arcillosa, adquieren un color amarillento o
marrón rojizo que caracteriza al valle, desde el punto de vista
cromático.
Por
otro lado, en la bahía de Chingudi, la belleza atribuida por los
pintores al estuario del Bidasoa, del que se dice goza de una luz
especial, es debida precisamente a que los montes próximos, por su
escasa elevación, no impide que el sol, al declinar, mantenga
largamente su irradiación sobre la Bahía, en cuyas aguas produce
entonaciones de color muy delicadas.
Los
bosques iruneses se vieron reforzados con repoblación de pinos. En
la cuenca navarra, sin embargo, la existencia de montes más cerrados
y altos, con una población diseminada a lo largo de grandes
extensiones fundamentalmente agrícolas, con el soporte económico y
ecológico del caserío y su entorno, hicieron que la influencia del
inevitable pino de repoblación afectara menos a la estética
tradicional del paisaje, dominado principalmente por el hayedo.
Las
aldeas, barrios y caseríos tienen en la parte navarra su terrazgo de
cultivo y prados cercados flaqueados por helechales -que en otoño
adquieren color rojizo vivo-, landas de brezos y árgomas, bosques de
robles, castaños, hayas, fresnos, avellanos y pastizales.
Alternan
pendientes y vegas. Trepan las hayas por las primeras, que a media
altura, en difícil equilibrio, muestran caseríos solitarios con sus
metas de hierba características. Abundantes regatas las avenan y
prestan la humedad necesaria para el sustento vegetal. En las vegas
de Echalar y Narvarte crecen los maizales entre prados de nabos,
circundados por muretes de piedra, que son simples lajas en
territorio baztanés, separando los cultivos de los caminos y tierras
comunales.
Semejante
entorno crea un biotopo rico en ganado y animales en libertad, los
más conocidos los salmones del río Bidasoa y las palomas que
todavía se cazan en Echalar.
Estamos
ante un paisaje montuoso, quebrado en exceso, pero lleno de
contrastes. Podría decirse de la cuenca de este río que es una
serie ininterrumpida de parques y jardines esmeradamente cultivados,
si no fuera porque tras bajar Baztán y Bertizarana los parajes se
estrechan y abarrancan. En su último tramo navarro la Naturaleza ha
sufrido ya la negativa influencia de la industria y en terreno
guipuzcoano afrontará otro nuevo envite, el de la urbanización no
planificada, derivada de la abundante población de la zona, a pesar
de lo cual el paisaje sigue guardando una belleza particular,
posiblemente erosionada. Pero afortunadamente para los paisajistas,
el deterioro del medio ambiente es una realidad tardía, del que en
buena parte se ha salvado el Bidasoa Navarro.
El
atractivo natural del campo bidasotarra lo dan el propio Bidasoa y
sus inumerables afluentes; los blancos caseríos desparramados por el
monte; la variedad de tonos y matices del arbolado en las alturas; la
diversidad de cultivos en las tierras bajas; las veredas, puentes y
canales próximos a las poblaciones y sus barrios, de casas limpias y
ordenadas, que defienden su intimidad arropándose unas a otras en
torno a la iglesia.
Por
la influencia del mar el ambiente del estuario se mantiene más
húmedo que el interior. Esta mayor saturación de humedad en el aire
es la razón del tono agrisado que representa Guipúzcoa en la parte
que le toca del Bidasoa. El ambiente navarro, en cambio, conforme las
tierras se alejan de Guipúzcoa, ofrece colores más fuertes a la
mirada, porque el aire que se interpone a los cuerpos es limpio y
puro. En el clima de la Cuenca del Bidasoa está el secreto de su
amabilidad. Siendo muy húmedo, carece de contrastes térmicos. Suave
y templado. Probablemente sea la experiencia de vivir en un paisaje
asociado a la lluvia y a la bruma, de luz tenue, la causa del fondo
melancólico del alma vasca, una de cuyas potencias – la edertasuna
o concepto de la belleza- se integra de modo preferente en el
sentimiento estético del tipo vasco.
La
Cuenca del Bidasoa está formada por valles hondos, recatados,
celados casi siempre por la bruma, en que se fracciona y multiplica
el paisaje nativo.
UNA
VISIÓN IMPRESIONISTA DEL PAISAJE
La
Cuenca del Bidasoa ha sido objeto de inspiración de numerosos
literatos tales como Pierre Loti, Victoriano de Juaristi, Pélix
Urabayen y Pío Barjoa entre otros.
La
característica del impresionismo literario son fácilmente
observables en estos autores. Tal tendencia se refleja en la manera
rápida, abocetada y sintética de describir y representar el
entorno, en función del predominio de la sensación sobre la
concepción razonada. De ahí el gusto por lo incompleto, el
recrearse con una realidad evocada sensorialmente antes que
profundizada y objetivada en sus relaciones espirituales y, en fin,
la captación de lo fugaz, de la luz, del color o del sonido.
El
impresionismo literario concede la mayor importancia a la descripción
y a los toques o efectos sensibles, subjetivados a través de la
emotividad del artista, que se enfrenta a la vida de una forma
sencilla y directa.
La
importancia de la Naturaleza es bien palpable en estos escritores.
Para los literatos naturales del Bidasoa o que inspiraron su obra a
la humedad de sus riberas, el sentimiento de la Naturaleza fue
primordial. La visión concreta del paisaje se tradujo en los textos
de forma más descriptiva que narrativa y con sensibilidad pictórica,
no tanto literaria.
Descripciones
literarias impresionistas del paisaje:
<<Aquí
y allá se distinguían confusos a lo lejos, en el crepúsculo
creciente, los caseríos vascos, muy distantes los unos de los otros,
como puntos blancos o cenicientos, perdidos en el fondo de una negra
garganta, en el declive de un picacho, o allá arriba, colgados en
las crestas que se engolfan en el azul oscuro del cielo>>.
(Pierre Loti)
<<Las
montañas se enrojecen por el tinte ardoroso de los helechos
abrasados>>. (Pierr Loti)
<<En
el Baztán, bajo la lluvia, todo es suave y sin violencias de forma y
color. El conjunto se despieza en una colección de estampas bonitas
y apacibles. Dijérase un escondido edén donde la vida transcurre
con egoísta recato, lenta y fácil. El verde jugoso que le
caracteriza sume por completo el ocre de la tierra, y multitud de
fuentes, arroyos y riachuelos cantan, con voz de plata, su venturosa
y breve juventud por entre las hierbas, líquenes y espeso boscaje.
El
pueblecito, deslindado por conos de heno, rumorosos maizales y
cabeceo de yuntas a medio uncir, se encarama por la ladera del monte
próximo que lo protege en invierno de los embates de la ventisca. Un
inmenso fanal de lluvia cernida envuelve y lustra las casas de
piedra. Señoriales, robustas, cuadradas, independientes -sin
medianiles donde apoyarse-, con traza y blasón de palacios algunas
de ellas.
El
agua, casi imperceptible, que no cesa de caer del cielo entoldado,
imprime al cromo calidades de xilografía y ennegrece los escudos de
armas, rebajados por la erosión de lluvias, tiempos y vientos>>
(Manuel Iribarren)
<<El
caserío es el colorido y el ritmo del paisaje baztanés. Adentro,
sus estancias son anchas, limpias y sosegadas, sin otro adorno que
las grecas de maíz pendientes del techo. Fuera, los nogales dan
sombra patriarcal a la entrada, y, desde el atrio, bajo la parra
coronada de pámpanos enormes y a dos pasos de distancia, surgen los
prados como aterciopelados tapices cosidos con el hilo gris de las
cercas. Entre el motivo eterno, siempre verde, infinitas florecillas
parasitarias de todos los tonos deja sobre la alfombra su paletada de
luz: desde el azul purísimo al siena apagado de ciertas campánulas.
Hay franjas moradas y amarillas, hay garabatos de añil y hasta
entonaciones de bronce. Y a cada guiño del sol, el tapiz torna a
cambiar sus colores en una orgía de matices, de gradaciones, de
notas violentas e inesperadas>>. (Felix Urabayen)
<<Dan
las doce. El paisaje tiene la plenitud de un cromo. Por la parte de
Auza y Otsondo las cumbres siguen siendo azules; mas a medida que
baja la vista, el azul va desgarrándose en una gradación de matices
nuevos. Obscuro y sombrío en los montes, cuajados de árboles
enormes; verde intenso en los maizales; gris en los prados;
aterciopelado en los helechos; grana en los trozos segados que
empiezan a retoñar... la carretera sigue siendo una senda blanca.>>.
(Felix Urabayen)
<<
El paisaje se va cerrando a medida que el tren se aproxima a
Endarlaza, que es Navarra; el río tiene tonos verdes y blancas
espumas. Hemos pasado Lamiarri (la piedra de la Lamia). Se ve la muga
de Francia en el monte llamado Chapitelacoarria.
Estamos
en Enlarza. Hay un puente, dos casas y había, antes, el monumento
dedicado a los carabineros fusilados por el cura Santa Cruz, que
después de la guerra última ha desaparecido.
El
desfiladero de Endarza es triste, áspero y salvaje. El Bidasoa, casi
en línea recta, pasa por el fondo del barranco entre montes poblados
de carrascas. El agua, encajonada en el angosto canalizo, duerme,
negra e inmóvil, en su lecho de roca.
Cuando
brilla la luna, de noche, y alumbra la mitad del paisaje, hace
destacar los peñascos de esta garganta misteriosa, estrecha y alta,
y da una impresión sombría, siniestra e ingrata.
El
agua murmura tristemente. Se oye el ruido del viento en los árboles,
que parece el lejano rumor de la marea...
Hay
algo de pérfido, de terrorífico en esta cañada, en el cielo claro
y sin nubes, en el viento, en la luna, que mira pálida desde el
cielo, como si ella también estuviera alarmada e inquieta>>.
(Pío Baroja)
<<Octubre,
con su aire frío y sus colores calientes... va dorando con sus
purpurinas las faldas de los monte, y nos pinta de rojo los árboles
y nos platea las hojas caídas en el camino>> (Pío Baroja)
<<...
los árboles se doran con púrpuras diversas: hay los que tienen las
hojas secas de amarillo cansino, los que las tienen de pardo oscuro y
los que parecen ramilletes de oro viejo...; los robles enrojecen como
si estuvieran quemándose con el fuego interior>>. (Pío
Baroja)